No se me espanten, que el título es una exageración. En general, a pesar de mis reflexiones sobre la mudanza, todo ha ido bastante bien. Bueno, en realidad, no ha ido mal, y eso se traduce en que llegamos sanos y enteros al barco; salimos a las 5h15 del jueves de Barcelona y llegamos al puerto de Santurtzi a las 11h45, incluyendo una parada para desayunar y un par más para poner gasolina. Media hora después de hacer cola para embarcar, ya estábamos dentro, y el viaje fue suave y bastante cómodo. Al atardecer del viernes llegamos a Portsmouth, y de allí, y gracias a mi nuevo y flamate Tom Tom (que ha sido muy útil, especialmente en la M25, la impresionante carretera de seis carriles por sentido que circunvala Londres), nos plantamos en Cambridge en dos horas y media.
Sobre los daños… bien, aparte de nimiedades relacionadas directamente con la mudanza, como que tengo en el armario de aquí decenas de camisetas de manga corta, y toda mi ropa de invierno en una maleta en casa de mis padres en Barcelona, lo peor es que al final no pudimos llevarnos los periquitos, ya que no los dejaban en el barco. Al final se los quedó, literalmente, el hermano de una amiga de la hermana de un amigo. Estos cuatro grados de separación se los han llevado a Igualada, donde me han asegurado que serán felices. Por lo demás, todo hubiera sido mucho más difícil sin la inestimable ayuda de Marité y Narcís, quienes tienen su trastero lleno de nuestras cosas y nos han ayudado estos días mucho más de lo que ellos creen.
Aquí en el trabajo no parece haber cambios, a parte de que el jefe está de vacaciones hasta el jueves y otro compañero también, y que han contratado a un product specialist a tiempo parcial. Bueno, me acaban de traer una GeForce 8800 y un Windows Vista que no me atrevo a instalar todavía, no sin antes hacer copia de seguridad de lo que tengo en el trabajo, que tampoco es mucho, en realidad. Lo que sí sé es que en cuanto me ponga, seguro estoy unos días de improductividad total, menos mal que no soy el único con juguete nuevo…