A finales de octubre la rueda trasera de mi bicicleta sufrió un pinchazo. Desde entonces, básicamente por desidia, pero también por el frío, he ido al trabajo en autobús, aunque me cuesta el doble de tiempo. La gran ventaja ha sido no planeada, y es que en estos tres meses he acabado casi seis libros gracias a los trayectos en autobús.
Esta mañana, aprovechando que llevamos cinco días soleados y hoy no ha sido una excepción, me he decidido por fin a arreglar la rueda de la bicicleta. Mi gran sorpresa ha sido que al sacar la llave del candado para separarla del árbol al que ha estado atada todos estos meses, no he encontrado la cadena del candado. La bicicleta seguía allí, en la misma posición en que la dejé hace tres meses, con la cámara deshinchada dentro de la cubierta, la cadena mucho más oxidada, pero sin atar al árbol y con el candado desaparecido. Quién sabe durante cuánto tiempo la bicicleta debe de haber estado así, a merced del primero que pasara (y se fijara).
Lejos de preocuparme, me ha hecho mucha gracia. ¿Quién quiere romper un candado para no llevarse la bicicleta? ¿Quién quiere un candado sin su llave (la cual está todavía en mi llavero, por cierto)? ¿Quién quiere un candado probablemente roto? Ya sé que mi bicicleta es una mierda barata de segunda mano, y que hasta esta mañana tenía la rueda pinchada, pero ¿no me he de tomar como un insulto que alguien se lleve el candado y deje la bicicleta?
La vida es surrealista.