Antes de nada he de aclarar que estos blogs están evaluados hasta el 15 de febrero, así que si alguien cree que debería estar más arriba porque últimamente se ha reactivado, tendrá que esperar al mes que viene para comprobarlo.
Sobre el resto, lo más destacable del mes es que he decidido por fin deshacerme de un par de clásicos que últimamente destacaban por primar la cantidad a costa de la calidad: Microsiervos y Blogdecine. En parte les echaré de menos, pero era una amputación necesaria. Esto y algunas otras bajas han permitido la introducción de siete novedades claramente marcadas con la N sobre fondo azul (). Felicidades a los agraciados y hasta el mes que viene.
Anoche vimos un piso que se adapta perfectamente a lo que queremos. Dos habitaciones, una de ellas bastante amplia, cocina y salita grandes y lugar para guardar nuestras cosas. Está semiamueblado, lo que significa que tiene todo lo básico para entrar, pero que tendremos que ir poniendo armarios para ropa y zapatos. También tiene un lugar asignado para el coche y trastero para las bicis.
Es un dúplex algo extraño, porque las habitaciones están en el piso de abajo y la cocina y la salita en el de arriba. Y lo mejor es que es completamente nuevo, lo estrenamos nosotros, y está en un barrio nuevo, muy cerca del río y bastante cerca del centro de Cambridge, a medio camino entre el centro y mi trabajo (y el de Estela (*) ), que está a las afueras al norte. Nos falta verlo de día para acabarnos de enamorar y dar la paga para reservarlo. Si podemos negociarlo con la dueña del piso donde estamos ahora, nos mudaremos en dos semanas. Si no, tendremos que esperar a final de mes, pero el dueño ya nos ha dicho que sí que nos esperaría.
(*): Estela empieza a trabajar a partir del lunes en una empresa que está a dos edificios de donde yo trabajo.
Esta mañana hemos recibido el pallet que durante todo este tiempo nos han estado guardando en el ex-trabajo de Estela. Son unas quince o veinte cajas que ya hemos subido al minipiso y tenemos esparcidas por la salita. Ahora toca comprar una escalera y aprovechar que vivimos en el piso de arriba y tenemos todo el hueco del ático encima del piso para nosotros, espero no encontrarme ratas, o restos humanos, o un ataúd, o un fantasma, o algo así.
El hecho es que más de la mitad de las cajas no las pensamos ni abrir. Van directas al altillo. Hemos tenido cinco meses para darnos cuenta que sólo hemos echado de menos el mando a distancia del disco duro multimedia y algunos utensilios de cocina. Bueno, de parte de Estela me dice que os cuente que ella ha extrañado más cosas: su ropa de invierno, algún bolso y ropa interior. Las cajas etiquetadas con esto son las que abriremos. El resto esperarán a que encontremos el piso de nuestros sueños, que, por cierto, ya estamos buscando.
Como en toda buena improvisación que se precie, no hicimos nada de lo originalmente (y escasamente) planeado. Por lo menos pusimos algo de sentido común al asunto, y en vez de salir a las siete de la tarde hacia Lake District, un lugar que está a cuatro horas y media en coche de aquí, decidimos alojar en casa a nuestros amigos por una noche y salir el sábado por la mañana hacia un lugar algo más cercano: Peak District.
Más o menos a la hora de comer llegamos a Bakewell, uno de los pueblos más importantes del lugar. Lo primero que hicimos, inspirados por el nombre del lugar (Bienhornea), fue comprar un trozo de pastel y unas velitas para que Estela pudiera soplar más tarde. Además, buscamos la oficina de turismo y allí decidimos, prácticamente a ciegas apuntando con el dedo sobre el mapa, en qué zona queríamos caer para situarnos, pasar la noche y poder visitar con tranquilidad el domingo. Decidimos que buscaríamos un Bed and Breakfast por la zona de Castleton, para así poder visitar las «caves» al día siguiente.
Llamamos como a doce lugares diferentes. Sólo en dos de ellos tenían una habitación doble cada uno, lo que no nos interesaba porque éramos dos parejas, y en el que tenían dos habitaciones dobles, nos cobraban noventa libras por habitación, cuando nos habíamos autoimpuesto un límite de treinta libras por persona y noche. Así, casi en el último lugar que buscamos, tenían sitio, sesenta libras por habitación. Allí vamos.
Justo antes de llegar nos encontramos las primeras vistas.
Y hacía tanto viento que nos imaginamos que podíamos volar.
Llegamos a la casa, y vimos que era hermosa.
Nada más llegar, el casero nos ofreció té, café y galletas, que nos servimos gustosamente en la Lounge Room.
Después de aposentarnos, dimos un paseo por las colinas de detrás de la casa, donde encontramos unos caballos y una mina de cemento.
Después de anochecer bajamos al pueblo y entramos en un pub para hacer una reserva para cenar. «Creo que no vais a tener ningún problema para cenar, no hace falta hacer reservas». «Pero yo había leído en un folleto en el B&B que… bueno, no importa. Volveremos sobre las ocho y media». Recorrimos el pueblo y volvimos al pub, donde, además de una cena excelente, disfrutamos de un servicio exquisito. Salimos de allí prácticamente «amigos para siempre» de la entusiasta propietaria del lugar, que inistió en que volviérmos al día siguiente para comer después de explicarnos sus ideas para remontar un negocio del que hacía sólo tres semanas que era dueña y que los anteriores propietarios habían dejado para el arrastre, con un cúmulo de deudas y una fama de sucios y de comida de baja calidad que a la nueva dueña, si trata a todo el mundo como nos trató a nosotros, no le va a costar nada superar.
Volvimos a la casa pasada la media noche, pero aún nos dio tiempo a fingir que el cumpleaños de Estela no había pasado.
Al día siguiente visitamos dos de las cuevas que hay en Castleton. Era el mejor plan teniendo en cuenta que el tiempo era horrible, con lluvia fina y frío viento, pero la visita a las cuevas fueron un auténtico timo que nos costó once libras y media por persona. La primera fue un paseo en barca subterránea, de unos quinientos metros, todo recto y sin nada que ver más que una cueva al final del recorrido que no era nada del otro mundo. Para colmo el barquero no dejaba de hacer bromas macabras sobre si cuidado con esa roca que te va a cortar la cabeza o que si nos vamos a ahogar todos y nadie nos va a rescatar. Un horror, sobre todo si comparo con la última vez que hice algo semejante, cerca de Foix en el sur de Francia que fue espectacular y sólo nos costó cuatro euros. La segunda cueva empezó bien, nos enseñaron cómo se hacían las cuerdas, y luego nos fuimos adentrando en la montaña. Hubo un par de cuevas algo mejor que las otras, pero los doscientos niños gritones que había alrededor no mejoraban mi percepción del asunto.
Lo mejor del pueblo de Castleton fueron, por orden cronológico, las ovejas, los patos y el descubrimiento de un lugar donde servían unas deliciosas pastas de té llamadas scones, donde un escocés con un extrañísimo humor nos trató de maravilla. Dentro tenían una hermosa colección de autómatas.
Después de otro pequeño paseo, aprovechando que por la tarde había mejorado el tiempo, nos despedimos del lugar.
Cuando llegamos a casa, sólo queríamos ir a dormir, estábamos muy cansados…
Yo estaba ya entrando en el primer sueño, todo a gustito, cuando todo ha empezado a vibrar, como si una lavadora gigante estuviera centrifugando en el piso de arriba. Ha durado un montón, no sé, como treinta segundos. Estela se ha llegado a despertar, y os aseguro que es difícil despertarla. He estado buscando información, y la web oficial sobre terremotos del Reino Unido está inaccesible en este momento, lo que ya es una pista de que sí ha sido un terremoto. En la de Estados Unidos, hace poco ha salido ésto:
Lo más curioso ha sucedido después. Estela me pregunta «¿Has cerrado bien la puerta?», y yo contesto «Estoy casi seguro que sí, me he fijado, pero si estás intranquila ve a comprobarlo». La puerta estaba abierta. Bueno, cerrada, pero no con llave, y es que es de estas puertas que si no cierras el pestillo puedes entrar y salir libremente sin que se quede bloqueada. Ya nos ha pasado más de una vez el quedarnos la noche a merced de los vecinos, sólo que a nadie se le ocurre ir empujando puertas a ver si están abiertas. Lo curioso es que necesites que un terremoto te despierte para plantearte si estás seguro en tu casa…
Ayer por la mañana, después de desayunarme la segunda B del B&B donde pasamos la noche, me puse a ojear uno de los números del National Geographic que tenían por la Lounge Room. Me sorprendió la cantidad de publicidad dirigida al mercado yuppie que tiene esta revista; entre otras cosas se me quedó clavado en la retina (creo que nunca mejor dicho) este anuncio de Pioneer digno del póster de una película de terror japonesa:
¿Les he dicho que me encanta la forma de ver el cine de Nacho Vigalondo? Un tipo así no puede hacer una película mala, a ver cuándo tenemos la oportunidad de verla.
Lo normal es que, en un rodaje, se invierta más tiempo del que nadie querría en evitar esos golpes de luz, colocando los focos en ángulos específicos en relación a la cámara, y cubriendo las fuentes de luz para que no incidan directamente sobre la cámara, pero sin eliminar su función inicial, o sea, iluminar el plano. ¿Suena agotador? Pues en La Jungla de Cristal no sólo no parece haber ningún esfuerzo por eliminar las perlas de luz más extrañas y descolocadoras, sino que, en este momento, concretamente en el minuto 1:27:04, sucede algo increíble. Ese arco de luz que ven no sólo se deja escapar con todo el orgullo del mundo sino que… ¡Se acompaña en la banda sonora con un golpe de orquesta! Fíjense qué hermosa celebración del error. Algo así como poner en negrita las faltas de ortografía o soltar pedos por altavoz. Así se construye una película perfecta.